XVIII

Caput exitii XXXIV

No importaba el número de habitantes, la cantidad de edificaciones, chozas o cabañas o la calidad de la construcción, ni tan sólo hacía falta un conjunto de casas, una sola casa aislada, el lugar más miserable, no era nada, no existía como lugar pleno, si no tenía adosada, si no estaba conectado a una capilla, tal como podemos ver en numerosas casas rurales antiguas. La morada humana no se iniciaba hasta que su hábitat no disponía de un centro de creencia, de una cámara de fe, un dispositivo de resonancia de su propia existencia. No sólo existían, creían en el sentido de su vida. Necesitaban creer para vivir. Importa más el hecho de la creencia y su necesidad, que el subterfugio de entregar este sentido a una entidad transcendente, santificadora de todo lo que no eran y sin remedio deberían ser. Tampoco era importante el ornamento. La capilla mísera, hecha con materiales pobres, sin grandes adornos, era el auténtico Caput mundi, el cenáculo vital de los moradores. En este sentido, la capilla perfecta es aquella que se construye a partir de los despojos, los residuos y los desechos, monstruo humano e inhumano, que se yergue sobre sus propias ruinas. Esta capilla existe. Podemos verla junto a un gran edificio abandonado. El altar está formado por materiales de todo tipo amontonados, como si una urraca los hubiera recogido al azar; no hay distinción ni oposición, lo natural se mezcla con lo artificial, lo sagrado con lo profano, lo orgánico con lo inorgánico, espigas secas, flores de plástico, una jaula, troncos, piedras, velas, telas rojas, un crucifijo, sacos de arpillera. El mundo entero, los desechos de la historia en una pila, un montón de objetos y cosas heteróclitos, sin relación alguna, reunidos precisamente por su potencia de resonar, de restallar unos con otros, a modo de enigma que hay que resolver, de mensaje a descifrar. Tienen el sentido de no tener ninguno. No es un juego de palabras; ser diferentes es la esencia del sentido. De la visión del caos, del montón caótico, brota, emana, como el calor en un montón de estiércol, una revelación, el principio de una creencia. No hay que buscar una unidad que salve la diferencia de las cosas, superación anuladora, al contrario, hay que creer con devoción en LA diferencia que alumbra este caos, que da forma a lo informe, que se manifiesta en un montón cualquiera de cosas dispares e incomparables. La creencia es (en) LA diferencia, sólo en ella, porque sólo la máxima distinción da cuenta, es la razón suficiente de un mundo sin razón de ser, desprovisto de razones, radiante, diferente hasta la exasperación, plagado de detalles y seres distintos. Entonces el centro de culto es el mundo entero, porque no hay centro; la capilla es a cielo abierto, porque el objeto de la creencia coincide con el propio mundo, la fe con la vida, la ausencia de sentido con la fe profunda. El templo en ruinas es el único templo posible. Lo más difícil, la creencia suprema, es creer en este mundo.

XVII

El mundo no es diferente a una piedra preciosa, no hay nada que no sea precioso, único, centelleo donde lo invisible y lo visible intercambian sus papeles, cambian a cada instante según la posición y la dirección de la mirada del observador atento. En el examen de gemas, en las aguamarinas, aparecen líneas fantasma, líneas que son visibles un momento y desaparecen al momento siguiente, como si nunca hubieran existido, juego de la presencia y la ausencia. En el zircón, debido al calor, las grietas de tensión irradian desde el cristal y emiten radiaciones, volcán en miniatura. Lo invisible no es otra cosa que lo visible, es la PLENITUD de la cosa misma, inabarcable, dosificada en el tiempo, la RELACIÓN completa, el punto de reposo y dispersión de todo lo visible, el punto de entrecruzamiento, despojamiento, la línea de fractura que sostiene, recorre y divide el mundo al infinito. La cosa desnuda se aquieta, se vivifica, en un afuera fantasma que intuye sin poder ser, sin poder nunca acabar de ser, siempre diferente a si misma y diferente de una diferencia esquiva. Persigue el sueño de su propia existencia, la pesadilla recurrente, hasta el final, hasta no poder más, imagen ígnea que lleva a los límites de los real.

XVI

Está comiendo frente a la mesa. Mastica la comida de forma casi automática, con rapidez. Nada reclama su atención; el tiempo transcurre con monotonía. Hasta que observa una sombra móvil, oscilando con un ligero vaivén, casi rítmico, en el seno de una luz que destella, relampaguea en un armario blanco. No la había visto nunca. Quizá es la sombra de una rama agitada por el viento, una hoja, la ropa tendida al sol. Cuando, por mera curiosidad, se gira e intenta interceptarla con la mano, la sombra desaparece como un fantasma. Un instante después, se olvida de ella; vuelve a adoptar la misma postura y sigue comiendo. Como por arte de magia, la sombra vuelve a aparecer, con los mismos movimientos en parte gráciles y en parte pesados. Ahora lo tiene claro. La sombra no es otra cosa, no viene del exterior, es él mismo; está viendo la imagen en negativo de sus mandíbulas al masticar. Está viendo SU imagen, asiste a la contemplación de aquello que no puede ver, la apariencia propia, gracias a la acción de la luz que penetra en el interior. Ha sido necesario un elemento exterior, la intervención del afuera, para romper la sucesión monótona del tiempo, quebrar el espacio, y poder VER ALGO, poder verse por primera vez. Así pues, existe, y el mundo existe, y existe porque el mundo existe. Vuelta al origen, reconstruye la escena original hilvanada por el azar. Ha sido así. La luz entra por el quicio de la puerta, a la altura de una de las bisagras; se proyecta en diagonal en la habitación e incide en el armario blanca. Su cara está justo colocada en el punto, en el ángulo exacto, para que, a modo de cuerpo oscuro, su interposición proyecte la sombra de los movimientos de la boca al comer. La luz revela el cuerpo, pone de manifiesto la existencia. Es una revelación. El mundo toma una fotografía de un momento banal de su existencia, banalidad que está superpuesta a una interferencia única y singular, a una contingencia imposible de prever. Es el testimonio privilegiado de un mundo que tiene sus propios planes, sus propias urgencias, que no nos necesita para nada, excepto quizá para revelarse a sí mismo. Somos los invitados temporales, los testigos de excepción, los observadores de un mundo sin límites, que perseguimos nuestra propia sombra. Sin éxito la mayoría de las veces. La regla general, de la generalidad impuesta, es no ver nunca dónde estamos, la situación real en la que uno se encuentra, obviar lo inabarcable. El mundo, ser mundano, es una experiencia rara.

XV

Un acto mundano es intrascendente, gratuito e inmotivado; es un acto de gracia, una muestra de generosidad que no (se) debe a nadie, que no acepta deudas ni pagos, no busca resultados, a corto o medio plazo, ni recompensas que premien su actitud. Todo acto dirigido es trabajo o proyecto. Trabajar no es actuar, es caer en desgracia y perder el don. El regalo y la sorpresa son el modelo de todo acto de mundanidad, cualquier cosa para cualquiera, incluido uno mismo, que surja de improviso, impulsada por una necesidad profunda, singular e inintercambiable. Actuar es regalar(se) un mundo, hacer un regalo; dar(se) una sorpresa. El regalo, por su propia naturaleza, es lo imposible de pedir, exigir, reclamar y, por la misma causa, es lo imposible de recibir, no se puede conceder en respuesta a una súplica o bajo amenazas, coerciones de cualquier tipo. El DON rige fuera de la economía, es extraeconómico, no sabe de cálculos ni de equivalencias; es exactamente lo que se DA cuando no se PIDE, sin pedir nada. Los amantes se hacen regalos, son un regalo uno para el otro. El regalo siempre es (el) fruto de una relación, una relación encarnada, un acto de fe. La proliferación actual de relaciones abstractas, sobre todo en el ámbito de las redes sociales, constituye una perversión del esquema primigenio del regalo y una conversión del acto de gracia en un acto mezquino. La mezquindad organizada de la red exige darlo todo y recibirlo todo, como un mero acto de intercambio o de pillaje no penalizado, sin que exista una relación que funde, dé sustento al don. La secuencia completa se ha invertido: el regalo no es la expresión de una relación, al contrario, sólo tengo una falsa relación en cuanto que doy o recibo, si y sólo si estoy en relación en cuanto sujeto económico de afectos, objetos o servicios, que la maquinaria previa de la red ha reducido, pulverizado, a datos indiferenciados. El sujeto de la relación digital es un receptor, un intercambiador de datos, un mero relé de transmisión, guiado a la vez por una lógica depredadora y de contraprestación, de ganancia y de pérdida. No duda en aplicar la misma lógica a la vida diaria. Después de todo, un banco de datos sigue siendo un banco.

XIV

Un mundo abandonado a su suerte, porque nadie ni nada cuida de él, olvidado por los cielos y expulsado del averno, es un objeto de fascinación continua, frágil, efímero, reino de la contingencia y el azar, lleno de instantes singulares y delicados. Tanto puede inspirar un sentimiento peculiar de ternura y piedad, como provocar pánico, causar miedo o suscitar toda una gama de sentimientos que oscilan entre el rechazo y la angustia. Los seres que pueblan este mundo, por necesidad también abandonados y que viven inmersos en el abandono, apenas tienen tiempo de aparecer, agruparse como pueden, tejer un número limitado de relaciones débiles y fugaces, y desaparecer como si nunca hubieran existido. Pero la energía potencial que estalla en cada aparición, y se consume en cada desaparición, ilumina el planeta con la fuerza de mil soles, energía incalculable, fuera de control, de lo singular y la singularidad.

XIII

La muerte es un hecho mundano porque es singular, irrevocable e irreparable. No es posible morir en el lugar de otro ni que otro muera por uno mismo. La vida no tiene recompensa ni premio al llegar a la meta, en el horizonte que con dificultad se divisa no nos aguarda ningún vergel. El corredor rompe la cinta, que cae con suavidad en el suelo, sin llegar nunca al otro lado, sin recibir los aplausos del público ni subir al podio. Lo único que hay al morir es el reencuentro con todo aquello que muere, murió y morirá. El moribundo y el muerto repiten la muerte de los padres, los abuelos, los hijos, el perro, el gato, los pájaros y hasta de los insectos más minúsculos. Todos mueren por igual; todos se reencuentran en el momento de cerrar los ojos. Es la primera fase del eclipse; la oscuridad no es el fin, todavía queda el último hálito, el movimiento definitivo, la relajación del cuerpo que abre de nuevo los ojos, focos ciegos que mantienen una mirada fija al vacío, que iluminan un punto desconocido, no localizable en el mapa, la muerte como distensión de la vida. Se muere al mirar.

XII

La persistencia, la constancia y la falta de gobierno del mundo se muestra en detalles tan sencillos como que el viento, por sí solo, abre y cierra las puertas, con independencia de cualquier acción voluntaria, y que las cosas nunca están donde y cómo deberían estar sino así y ahí donde están. Esta fortaleza exterior, reino inconquistable del afuera, que desafía cualquier ley moral, y esquiva los designios de la voluntad, constituye la solidez esencial de las cosas mundanas, la esencia de la mundanidad.

XI

Lo excepcional y lo singular no son acontecimientos raros y de baja frecuencia, no son un signo de penuria, no escasean, al contrario, abundan y están por todas partes, en todo momento, exceden nuestra capacidad de comprensión y asimilación, desbordan los sentidos y las ideas. A pesar de las apariencias, lo que se denomina "frecuente" o "habitual" ocurre muy pocas veces, es una rareza, en sentido estricto, no ocurre NINGUNA; tal concepto designa abstracciones y generalizaciones motivadas, interesadas o forzadas. La frecuencia no es un hecho objetivo, es un hecho bajo sospecha; con más razón cualquier tipo de estadística teórica o aplicada. La ficción aguarda a las puertas del cálculo y el análisis para iniciar, ante sus seguidores, la representación del mundo.

X

A causa de un descuido, el conductor del tren ha dejado el interfono abierto; el ruido producido por la estática llena el vagón de pasajeros, mezclado con el sonido del tamborileo de sus dedos al seguir una música que sólo él puede oír. Una joven cruza las piernas y reclina su cabeza hacia la ventana; cierra los ojos y deja caer lentamente sus cabellos teñidos, hacia un lado de la cara, para que la luz no la moleste. Detrás suyo, una mujer está de pie, apoyada en la pared; las piernas al descubierto dejan visible, por encima de la rodilla, el músculo que hace pequeñas contracciones, como si tuviera voluntad propia, a destiempo de las oscilaciones del cuerpo. A la derecha, el reflejo de un fluorescente, en la cabeza límpida de un hombre, crea una línea blanca radiante en el cráneo, aura eléctrica parpadeante; ajeno a este hecho, teclea nervioso el portátil. - ASÍ ES EL MUNDO, la serie y la colección de los detalles hilvanados en el tiempo y en el espacio, el tejido de la vida, frágil, delicado y efímero.

IX

Desde un punto de vista energético, surge la pregunta lógica de para qué gastar fuerzas y perder tiempo en creer en otro mundo, cuando el verdadero problema es que nadie cree en el mundo que le rodea, a pesar de que es un mundo otro al infinito, inacabable e ingobernable. Si nadie es capaz de creer, ni por un instante, en lo más próximo, al contrario, se presenta como la increíble creencia o la creencia de lo increíble cotidiano, es poco menos que pedir un esfuerzo desmesurado e inútil, la creencia en un lejano más allá. La respuesta también lógica es que por eso mismo, en realidad, no hay contradicción en esta actitud: la intensidad en la creencia en otro mundo, allá, es proporcional a la incredulidad frente a este mundo, aquí. El creyente es la otra cara del incrédulo, la culminación de la fe surgida del cansancio de la vida.

VIII

Evento es todo aquello que no se puede organizar; encuentro es todo aquello que no se puede prever, tesoro en el fondo de una mar oscuro y tenebroso, con puntos aislados de luz fosforescente, hundido en la arena. La organización de los eventos es una forma de anular el mundo como hallazgo imprevisible, raro y precioso; dar a los acontecimientos el carácter de "empresa", bajo planes de desarrollo, proyectos basados en estadísticas y análisis de tendencias, liquida la capacidad de sorpresa y el margen de maniobra, el coeficiente de imprevisibilidad esencial de las cosas. Uno de los juegos más sencillos, y quizá el más antiguo, el juego del escondite, demuestra un mayor conocimiento de la esencia del encuentro, una sabiduría superior; los participantes, concentrados como si nada más existiera fuera de ellos, saben desde el principio que sólo encontrarán, durante unos breves instantes, lo que está escondido, justo el tiempo impensable, emoción breve, y no puede estar sino oculto, perdido para siempre. El entusiasmo está ligado al hecho improbable, pero real, del descubrimiento de lo inencontrable, momento feliz, regocijo general. Encontrar es perder.

VII

Un mundo múltiple e inmanente, a solas consigo mismo, es difícil de asumir y soportar, muro impenetrable, no responde a nuestras suplicas, guarda silencio ante las cuestiones que una humanidad desconsolada formula sin descanso a través de la historia, en todos los tiempos y lugares. Los encuentros al azar, el vislumbre de una posible relación, siempre aparece bajo el signo de una multitud que no se define en términos de unidad, igualdad o identidad; la pauta de unión rehuye los efectos de una proximidad inducida, una inhibición lateral que malogra las relaciones interiores, de cara a constituir la multitud, y exteriores, dirigidas al encuentro con lo múltiple, y se funda en la soledad más absoluta y la fábula. Una banda de corazones solitarios, frente a un mundo real, mudo y nudo, imposible de identificar, punto de fuga que huye al infinito, no tiene más remedio que generar en respuesta una nube densa de fabulaciones, mitos y transposiciones, a modo de valla de seguridad en precario equilibrio, al borde del abismo, y horizonte de sentido en el que se proyecta, alucinación colectiva.

VI

Un grupo de adolescentes forma un círculo, mientras reina entre ellos una mezcla de nerviosismo y silencio poco habitual, y se pasan unos a otros, como si fuera un ritual de iniciación, una cámara con la que captan instantáneas sucesivas de sus ojos, a corta distancia, planos detalles en posición macro. Cuando el sensor digital llegue al corazón, el cerebro y los intestinos en la vida cotidiana, y no sólo en los quirófanos, atraviese los tejidos hasta las células, rebase la secuencia de aminoácidos, más allá de los laboratorios, y atisbe los átomos en el vacío, el mundo se engullirá a sí mismo como si nunca hubiera existido, reabsorción perfecta de la vida en la materia cósmica. Entonces el hacedor del mundo verá cumplido su sueño, una criatura a su imagen y semejanza, que alcanza un estado de conocimiento de tal magnitud que se separa progresivamente de sí mismo, como una tenue luz alejándose en la oscuridad, hasta que se disuelve y desaparece. La consecuencia directa del principio antrópico, paridad de los medios de conocimiento y el objeto a conocer, es la extinción de los conocedores en lo conocido, retroceso en masa de la humanidad, a través de la evolución del universo, hasta la nada absoluta. El ser vivo que contempla su código genético, anticipa su propia muerte, corre por delante de su sombra.

V

Un acto de mundanidad es ajeno a la regulación y a la expectación, no es una acto de urbanidad regulado por normas ni una acción inédita que busca sorprender a los espectadores. La disrupción, el vagabundeo, el deambular de una lado a otro en el medio social como acto (im)propio del situacionismo, encarnado en Inglaterra por King Mob, guarda una gran distancia con los flashmob actuales, que en su afán de congregar, divertir y entretener a los participantes, y sorprender al ciudadano, sin llegar a molestarlo, manifiestan todo un otro uso de la acción, una comprensión diferente del mundo, la multitud (mob) y su relación respectiva. La convocatoria, más que auspiciar con sus actos la dispersión, incluso la desintegración del socius, busca recuperar una unidad pérdida, una comunidad de reconocimiento ideal, aunque nula de contenido, donde todos son iguales en algún sentido, hacen ostentación de la igualdad y la muestran cono signo de reconocimiento mutuo para sí, núcleo social, y signo de distinción, marca social, respecto a los otros. El carácter por ahora inofensivo de la sorpresa, el elemento lúdico, no excluye que en algún momento se transforme en algo más peligroso y tome un cariz más inquietante; el sentimiento de pertenencia al grupo puede adoptar muchas formas, depende de la naturaleza de la convocatoria y las intenciones de los convocados, no es de descartar que un acto que ahora avergonzaría a cualquiera se transforme dentro de poco en motivo de orgullo, más allá o más acá de la sociedad. Por otro lado, el flashmob más espeluznante de todos los tiempos ya se ha celebrado, tuvo lugar en los campos de exterminio, cuando los prisioneros en fila, después de bajar las escaleras de forma ordenada, se desnudaron, depositaron la ropa con cuidado, bien plegada, y ataron los cordones de los zapatos, para evitar su pérdida, a medida que entraban en la cámara de gas. Nadie se sorprendió.

IV

La creencia en este mundo otro es consecuencia directa de que no hay otro mundo más allá. A la vez singular y universal, por mucho que se rechace, nadie deja de creer en este mundo sencillamente porque vive, o malvive, en él. Mundo amable sólo para amantes, SER MUNDANO es estar a la altura de esta exigencia, hacer efectiva la creencia, poner en práctica la mundanidad en lugar de dejarla en suspenso, cumplir con la ausencia de misión encomendada, por necesidad mortal. En el fondo, creer en este mundo es no creer en NADA (más).

III

Toda visión es un lugar de unión y relación, y toda relación es un lugar de corte y ruptura, zona turbulenta de disputas, agravios y reconciliaciones a destiempo. Mundo amable, pero lleno de peligros, selva virgen inexplorada, que demuestra que no hay ni DEBE haber tranquilidad en el mundo, ni más continuidad que la del CAMBIO. Es un grave error desear que las cosas vuelvan a la normalidad, que reine la calma, sobre todo para el frágil equilibrio de la vida, deseo jamás pronunciado; las llamadas a la calma, cuanto más numerosas y persistentes, anuncian, por acumulación, una tempestad cada vez más violenta, una catástrofe sin precedentes.

II

Del carácter excepcional de la mundanidad da fe la constatación de que no hay nada más mundano, pero fuera de lo NORMAL, que el hecho de la vida y la muerte, temblor cálido y estertor frío, no por repetidos  menos inesperados y siempre sorprendentes. Nadie espera vivir, no tiene lugar de espera, y mucho menos morir, no deja de sorprenderle al tiempo que piensa por última vez: así pues, ¿esto es después de todo morir? El no-acontecimiento siempre renovado de la muerte, que reúne a las generaciones en el momento de exhahar el último aliento, es la sorpresa final que se nos tiene reservada. El tiempo dirá si su naturaleza pertenece al género del regalo o de la desdicha, si podemos considerarnos afortunados o apenados. En todo caso, no está nada mal como sorpresa.

I

Ninguna especie de lo GENERAL, organizada en incontables mapas de restricción, férreos controles fundados en el lenguaje, el habla y el sujeto hablante, puede dar cuenta de la excepcionalidad y singularidad de lo que CUALQUIERA, en cualquier lugar del mundo, sin remedio y de forma involuntaria, experimenta CADA DÍA desde que se levanta hasta que se acuesta: el ser concreto e inefable de lo mundano, reino sagrado de los detalles y las insignificancias. A pesar de las medidas de excepción, y todas las precauciones tomadas, es imposible evitar que las cosas y los seres mundados (res mundanae), las criaturas distinguidas pero silenciosas que pueblan la tierra y salen a nuestro encuentro, lleguen a establecer contacto, resplandan con toda la DISTINCIÓN de la que son capaces, e inunden de luz los ojos cansados, vivifiquen el espìritu y el cuerpo, contagien su fuerza y alegren la existencia. Hay un único mundo REAL, y no puede ser sino alegre, lleno de alegría inexplicable; la tristeza no tiene (el) mundo, es lo que impide ser mundano, disfrutar de lo irrepetible y lo singular como única repetición posible. 

0

La MUNDANIDAD no es la vulgaridad apegada a lo mismo, ni la banalidad afín al descrédito y a la desvalorización de todo ser, ni la normalidad en la que nunca pasa nada, donde toda excepción se vive como una amenaza potencial, es la experiencia temporal e intemporal de ALGO DISTINTO en todas las cosas y de todas ellas DISTINTAS, incomparables e irrevocables. Apogeo de una diferencia indiscriminada, bajo la acción de una pulsación continua, un campo pulsante, que genera un resplandor cegador, barre la superficie del planeta, a la velocidad de la luz. Todo resplande; todo tiene sentido, antes o después del juicio final.